domingo, noviembre 13, 2005

Heart Crash


-1-

Hubo un momento que duró un instante, en el que tú y yo éramos seres eternos (pero seguíamos siendo imperfectos), no había sentido (sigue sin haberlo), y eso mismo me unía a ti. Éramos seres anodinos, asexuados, encontrados por un sentimiento ajeno, fugaces, volátiles. Volátiles.
Primera. La primera vez que nos besamos fue en el portal de mi casa. Decidiste acompañarme porque no tenías nada que hacer, y yo pensaba que también no tenía nada que hacer hasta que comencé a sentir agorafobia por la distancia que separaba nuestros labios. Encerré mi lengua en tu boca, me encontré con la tuya y le pregunté qué sentía. Me respondió con un poema de saliva que declamó con suspiros acompañados por la suave melodía que interpretaban tus dedos acariciando mis manos. La sonata clásica más bella del mundo quería esconder tu claustrofobia. En ese momento éramos un concierto contrapuntístico barroco.
Segunda. La segunda palabra que dije fue "quiero" (la primera hacía referencia a ti). Segundo. En un segundo Él (Sentimiento Supremo) infectó mi cuerpo. En un segundo sentí que vomitaba toda la sangre que mi corazón bombeaba a un ritmo tres por cuatro. En un segundo puedo evadirme con el olor de tu chaqueta. En un segundo resucito de una vida mecánica. En menos de un segundo (des)fallecí.
Tercera. ¿Qué pasa cuando existe? Que no existe. Esquivar el tráfico intentando ganar velocidad resulta mucho más fácil que evitar pensar. Lo malo es que no tengo un limpiaparabrisas interno para las lágrimas, que me dificultan la visión. La lluvia me devuelve el sentimiento, no sé si es una burla compasiva o una compasión burlona. Yo no puedo culparme por ella.
100 km/h. A tal velocidad cien personas deslizan su miseria por la acera encharcada, creen que la felicidad es limitarse a ser feliz. Creen que esta vida hace feliz. Feliz sólo es el niño y el loco que no se dan cuenta del mundo en el que viven. El resto inventamos la felicidad y nos la regalamos en cajas vacías con un bonito papel de regalo mientras fingimos una sonrisa de quita y pon.
Una recta. Sin curvas, sin señales. Sin años, sin meses, sin semanas, sin días, sin horas, sin minutos, sin segundos, sin suspiros. Tiempo continuo sin reposo. Tiempo que transcurre, canalla que nos roba vida mientras dormimos plácidamente soñando con la felicidad perdida. En ese transcurrir alguno ya no despierta, y el resto, ingenuos, quieren seguir sedándose quince minutos más para luego levantarse e ir a trabajar. Un beso a los niños (para que sigan siéndolo), coge el coche y apura que llegas tarde a perder tu existencia en una jornada laboral que te dará dinero, sí, pero el tiempo de momento no se compra (una de esas lacras de la sociedad capitalista: aún no ha privatizado a Cronos S.A.).
Pared. Entre tú y yo hay una pared de papel transparente, que a pesar de su fragilidad es una barrera demasiado consistente para mí. Temía cruzarla y agravar tu claustrofobia, y para no frustrarme gritaba aquellas primeras y segundas palabras en un intento de silenciar al silencio. A pesar de la insistencia, no lograron quebrantar el muro, y por un instante llegué a dudar de la potencia del ariete. Cogí carrerilla, agarré con fuerza aquel Sentimiento y me lancé con los ojos cerrados sin miedo a la página final. Cuando los abrí no tenía ningún ariete, el muro era de ladrillo, yo estaba acabando de escribir esta historia. Mis huesos eran un azucarillo fragmentándose, mis ojos derramaron el verde sobre el rojo de mi sangre, mis lágrimas dejaron el campo en barbecho durante dos años, mi voz metálica se mezcló con la argamasa que fundió mis últimos pensamientos entre la no-vida y la muerte; el dolor fue un sentimiento tan claro y conciso como lo fue el mismo Sentimiento al que me aferré.
Hubo un momento que duró un instante y que fue el Gran Autor, y no eras tú. Fui yo.


-2-

Dicen que al enamorarnos rescatamos un sentimiento primitivista. Una pasión que desbocada galopa mordiendo las riendas de la razón humana, dejándolas lejos, lejos, lejos. No sé si yo alguna vez tuve riendas.
Que no te engañe esta mujer elegante, pausada, correcta. Tras los gestos medidos se oculta esa pasión que tan sólo se encubre de unas formas bonitas mientras alguien la felicita por una causa insignificante. Mi cuerpo tan sólo es un títere. Escondidas en mi cerebro, acumulándose y ahogando la razón que grita desaforadamente NO DEBES están mis lágrimas; ellas son la ofrenda de este ritual. Te invoco a ti. Grito tu nombre con susurros, no sea que aparezcas y quede sin aliento, porque tengo miedo de amarte y de que me ames.
Esta es la segunda parte, en la que descubrimos que el amor es eterno, y que un amor pasado no se puede solapar con otros venideros. Ahora tú lo sabes, pero ponerle flores a mi tumba no es la mejor manera de solventar los errores. Lloras sobre mi cuerpo inerte, y tras este cristal grito muda "levántate y anda", pero no soy Lázaro, permanezco en el suelo, se han roto los hilos que unían al títere con el titiritero. No puedes entender mis palabras, no sabes descifrar las señales, y siento que corro a cámara lenta hacia ti, sollozando, gritando, aullando. Recuerda, no tengo cuerdas vocales. Las perdí en el trueque que me permitiría verte, y como Eco, sólo puedo repetir en mi mente tus palabras.
-No lo sabía... No lo sabía... No lo sabía... No he dejado de amarte.-
[No lo sabía. No lo sabía. No lo sabía. No he dejado de amarte]
No has sabido que eres la causa de mi vida y la razón de mi muerte. Intenté conservar tu amor en formol, pero la criatura ansiaba libertad, y rompió el cristal de mi corazón, del que salieron mares de sangre. Al saborear mis lágrimas sentí el rojo del dolor, desligando mi cuerpo de mi alma. Ya no era yo, sólo era huesos, músculos, cerebro, sangre; una serie de sinapsis era lo que unía todo el conjunto mecanizado. Era un objeto decorativo que amargamente decoraba una habitación ya de por sí insulsa. Viva por fuera, muerta por dentro.
Te invoqué, no supe controlarte y te llevaste lo único que me queda cuando no te tengo...
... YO.
El fin de esta historia será el recuerdo y el olvido.
Olvidar que te recuerdo, y recordar que te he olvidado.


-3-


Hoy te he recordado y me has hecho olvidar. Tus abrazos ficticios me ayudan a superar cada día esta angustia de no tenerte; pulso el play de los te quiero grabados en mi memoria para no dejar de ilusionarme con tu no regreso. Me has hecho olvidar que mi existencia está vacía sin ti, que no hay nada cuando la eternidad coge las maletas con mis recuerdos de ti y se aleja al infinito que nunca podré alcanzar, dejándome en el escritorio una nota con frases esperanzadoras de Whitman. Frases que ahora me parecen rotas, quebradas en un absurdo existencial del que planté una semilla en mi interior. Ahora el árbol amenaza con devorarme, pero no ofrezco resistencia, porque prefiero pasar desapercibida ante la comparsa de la vida, y la bella Dafne se transforma finalmente en un ser fotosintético mientras huye de Apolo. No os engañéis, fue Cupido quien lo instó a amarme, la pasión tiró fuerte de las riendas y lo guía hasta mí. ¿Eso es amor? No lo sé, pero estamos acostumbrados a que sea así.
Los pájaros cantan con el mismo entusiasmo matutino a las seis de la mañana que a las nueve de la noche: por mucho que no quieras que tu cabeza dé vueltas, el mundo las da por ti. No puedo pedirle al día más de 24 horas para estar contigo; no puedo exigirle a mis pensamientos que te expulsen de sus dominios. Lo llamo amor y lo llamo pecado, ¿cuál es entonces mi salvación? ¿ser penitente y resignarme u orar y sacrificar cuerpo y alma en venerar a un Dios que ni siquiera sé si existe? Creo en una oportunidad, en la tercera. Es demasiado tarde para colgar los hábitos, voy a rezar por ti, aunque no creo en quien venero.