Elements' love

ELEMENTS’ LOVE. By: Kaukisella.
[AMOR DE LOS ELEMENTOS. Por: Kaukisella.]


Quisquis amat valia,
pena qui nosci amare.
Bis tanti peria quisquis amare vota.

Que vivan los que aman,
que mueran todos los que no saben amar.
Que mueran dos veces los que prohíben amar.


Quiero un amor natural. Falto de disfraces, desnudo de prejuicios, ignorante de convenciones sociales, sordo ante las críticas destructivas.
Tengo un amor que acalla las voces de los silenciosos, que destruye convenciones y critica prejuicios.
Disfruto de un amor prohibido, anti-natura, retorcido, que no se esconde, que aúlla entre la gente y se hace legible a corazones puros. Este amor cabalga sobre los cabellos de la tierra, desliza sus pasos a través de la nocturnidad, y se baña desnudo y libre sobre el lago en el que la luna, mohína, se mira en el espejo de las aguas. El fuego de la mañana secará sus cabellos, y el viento cáustico le regalará lúbricas palabras. Se transformará finalmente en ninfa, será de la naturaleza, y hablará con los elementos. Querrá un amor natural. Los elementos la amarán.


Naturalmente, para Laura.

Agua.

Lluvia, charco que atraviesas apresurada por las calles de la vetusta Santiago, sudor que sinuosamente resbala por tu frente y vuelve de nuevo a tu cuerpo en cualquier alimento, en cualquier bebida, en el aire mismo. Formo parte de ti y formo parte del ambiente. Me enfurezco por no tenerte a pesar de ser un 40% de tu organismo y me estrello contra ti, y te arrastro hacia a mí, y mi espuma te viste, y te rodeo, y me adentro pero no llego a tu alma. Te hablo inmolándome contra la arena, goteando en el techo, reflejando tu belleza, evitando que te deshidrates, llorando desde las alturas, dejando fluir tu cuerpo sobre mí, aliviando tu sed, regocijándome en tu boca, liberándote y mostrando tus tristezas.
Abre el grifo de nuevo. Ciérralo ahora. Puedes controlarme.
Intenta detener un tsunami. Extiende los brazos cuando los 60 km/h se abalancen sobre ti. No puedes controlarme.
Me ves desde el monte. Deléitate con mis ojos azul marino. Corre por las dunas de arena. No son obstáculo suficiente para detenerte. Sigue, sigue, falta poco. Agarro graciosamente tus tobillos, acaricio tu cadera, peino tus cabellos. Has endulzado las aguas.
Bébeme, pero ten cuidado y no te ahogues en mí; tampoco intentes caminar sobre mi cuerpo. Demasiado caudal tiene este río, ¿no?
Mójate de mí, empápate de mí, seamos dos lágrimas que se lamentan de no haber nacido en el mismo ojo para iniciar juntas el viaje de acuoso fin.

Fuego.

Arde conmigo en la pasión. No sólo me verás en el infierno. Cuando sientas que la oscuridad te sobrepasa, llámame. Acudo al instante. Si me acoges con cuidado iluminaré toda tu vida, pero debes darme algo a cambio para mantener viva mi llama. Selecciona lo que deseas que emplee para mi combustión. Si lo deseas puedo llevarme tus malos recuerdos, eliminarlos y alejarlos de ti, pero si no eres precavida, hasta tú misma arderás en mi furia.
Tú, sí, tú. Maestra de la pirotecnia, creadora de inaniciones, fogosidad antropomórfica. Se ha producido el intercambio de papeles: has grabado tu nombre en mí a fuego, a mí. Fiereza domesticada en fuegos artificiales para tu divertimento. Apagada, ceniza sobre ceniza, combustión finalizada, polvo al polvo. La oscuridad dejó de temerle a la luz, y el elemento destructor ya no se asocia con pasión, arrebato, energía, fin y principio. Tus manos, maestras de la papiroflexia, juegan conmigo como el niño con su plastilina. ¿Qué es del león si no ruge?
Fuego. Fuego siento cuando te veo: comienza abrasándome los ojos, expande sus llamas sobre mi cerebro, y mezcla su amarillo con el rojo de mi sangre; eres artista que parece olvidar que plasma en cuadros humanos la mezcla de colores de su paleta sentimental.
Al llamar a tu puerta esperando recibir la chispa que encienda de una vez y para siempre la mayor hoguera del San Juan -de aquel San Juan en que te quisiste arropar con mi lengua de fuego-, te refugias tras la sombra de un ingeniado árbol, y lamentas la noche, en la que no aparezco vigilándote en el cielo; y finalmente, me recibes con un beso esperanzador por las mañanas...
... Sabes que el amor es pasión y fuego, y que siempre que desees arroparte en mi lumbre te recibiré aunque no desees arder eternamente en mis llamas...
Mientras, desearé que ardas en el infierno, donde te encontraré.

Aire.

Me has contaminado. Ahora respiras el carbono de mi desesperación en mayor cantidad que la del oxígeno de mi amor. ¿Qué ha pasado? Te acostumbraste demasiado pronto a mí, a tenerme dentro de ti cuando te apeteciese, y preferiste acomodarte en tu ciudad de cristal y dejar el trabajo pesado a máquinas de corazón de plástico, olvidando que me necesitas. Sí, este es un amor demasiado egoísta. Sin mí no vivirías. Cuando te ves agotada y desalmada evocas mi presencia en un sordo y hueco suspiro, precisas que me adentre en tu sangre y que riegue cada parte de tu cuerpo en bocanadas. Soy mensajero de tus palabras, de tus más inquietantes pensamientos. Tu delicada y exquisita voz viaja en primera clase por mis corrientes; y a cambio de permitirte alzar el vuelo, me enseñaste a descifrar tu idioma -la naturaleza es sabia, pero no evoluciona a igual paso que el ser humano-. Me utilizas, no lo niegues. Nos hemos compenetrado para que también hablen los objetos, hemos manejado las ondas sonoras y las hemos transformado en lo que has llamado música; pero tú has llevado la fama. Me ingieres, me seleccionas, me prensas, me expandes, me retuerces, y a esa extraña manera de monologar la has llamado canto. Ondeo los policromos trapos a los que les has puesto un nombre y por los que luchas, peleas y te alegras. Elevo tus ilusiones y procuro que se efectúe un correcto aterrizaje, columpio tus cabellos y acaricio tu fisonomía con mi brisa, me enfado con tus enemigos y me vuelvo huracán. Levanto las olas para demostrarte la grandeza de mi enamoramiento, mantengo a las aves y a tus máquinas voladoras sobre mi particular carretera, te envuelvo en aire, te envuelvo en mí. Inspírame y espírame, pero nunca expires mi amor.

Tierra.

Mantengo firmes tus pasos, te elevo por enhiestas montañas vírgenes de la pisada de otro ser humano, y tú, a cambio, siembras tu amor en mí. Me preocupo de ser el rico y fértil sustento del que se alimenta el cariño, y los frutos, resultado de tiempo, paciencia y esmero, emergen de la nada que todo lo crea. Tus manos son moldeadoras de vida. Amasaste un poco de barro, soplaste sobre la figura para humanizarla y la hiciste caminar sobre la tierra.
Tú eres habitante, agrícola, criatura y conquistadora de esa tierra. Vivimos en nuestra simbiosis, ajenas a las destrucciones y sediciones de otros humanos. Si vienen a molestar, temblaré sobre sus pies y los haré despeñarse por abismos del olvido, y si no es suficiente, fundaré una isla con todo lo bello que desees en ella, siendo tú soberana entre la hermosura, la única terrícola legítima. Cartografiaré el continente del tú y el yo, formado por dos penínsulas del deseo, y unidas por el istmo del amor... Deseo, deseo. Deseo conquistar tus tierras y adueñarme para siempre de tu cuerpo. Tierra con tierra. Tierra erosionada con el paso del tiempo, que no pierde su encanto, que gana en riqueza geológica. Analiza la superficie en sus múltiples formas: barrizales, desiertos, vastas vegetaciones, llanuras, valles, mesetas. Mezcla tierra con arena, trabaja mármol y refléjate en él, construye un refugio en el que te mantendré a salvo, piedra a piedra formaré nuestro hogar. Tierra con tierra hasta ser polvo con polvo.