jueves, septiembre 02, 2004

¡Arriba el telón!

El sol transmite energía a través de sus rayos hasta mi cuerpo, transformándome en un ser activo. Agradecida ante tal vitalidad, procuro ser observadora con lo que el mundo representa en su teatro. Filas desordenadas de actores se suceden alrededor de mí interpretando su papel. Ahora soy mero espectador de la gran obra teatral que ya Calderón planteó: Vida. Vida no tiene un género específico claramente definido. Parece un sinsentido y parece seguir una línea dramática tangible. El director es un desconocido al que unos llaman Alá, otros Buda y otros Destino, y sus actores, todos y cada uno de nosotros. ¿Qué nos diferencia? Prácticamente nada, sólo que en ocasiones dejamos de crear ficción para observar: ¿final trágico o jubiloso?, ¿realmente lo importante es el desenlace o el disfrutar y sentir cada acto?. Muchos quedan en el escenario: ¿llegaremos a declamar hasta la última línea de Vida?. Varios figurantes cuentan con apuntadores que ayudan a no olvidar el guión de nuestros valores, aunque también relegan al individuo deshumanizándolo en títere, arrancando de esta manera toda la pasión interpretativa de la obra, y Vida exige actividad y energía: ¿soy yo quien controla mi guión o sólo estoy repitiendo lo que otros en su tiempo ya dijeron?, ¿está cada gesto, cada acotación, cada lamento medido?; ¿quién ha decidido que yo represente el papel del villano unas veces y el de héroe en otras?
Este es el esqueleto de Vida sin aderezar con colorantes color de rosa y sin edulcorantes melodramáticos. Es lo desconocido, por ello lo revestimos con una túnica de buenos propósitos y cosemos parches cuando vemos que se asoma alguna parte poco decorosa. Nos preocupamos en ser figuritas de porcelana perfectas cuando el interior está marchito porque nunca ha visto la luz del sol; luz del sol que algunos tendrían que sentir para dejar de sobreactuar.
Basta ya de sentarse a ver en nuestras cómodas butacas de terciopelo granate, ¡arriba el telón!...